Entre vías 02

Aquélla era una noche como otra cualquiera. Había llegado del trabajo, había preparado la cena, la había colocado rápidamente en el comedor y todos se habían reunido en torno a ella. La cena era su momento favorito del día porque sentía que podía descansar, que podía sentarse sin preocuparse de que la hora se viniera encima y porque era la única ocasión a lo largo del día en que se reunían los cinco. Ella, Antonio y uno de sus hijos trabajaban; los otros dos, se pasaban la tarde en la facultad. En silencio, se dedicaba a contemplar la escena y se sentía feliz, sentía un inmenso gozo por dentro, difícil de describir. Era lo que había deseado desde niña, crear una familia a la que cuidar, a la que proteger. Sonreía sin decir nada, porque no hacía falta. Pero aquella noche no se sentía tan dichosa. Aquella noche observaba callada cómo sus hijos y su marido comían la cena que ella misma había preparado con indiferencia, con distancia, como si ella no estuviese allí. Había tenido un día duro en la oficina, eso era todo.

Terminaron de cenar y todos los miembros de la familia corrieron a sentarse en el sofá a ver cierto programa en la televisión. Ella se dedicó a recoger los platos y lavarlos mientras tanto. En otra ocasión, le habría molestado que nadie se ofreciese a ayudarla, pero aquella noche, le dio igual.

Marchó al salón y en el quicio de la puerta sintió el alboroto y el ruido de las voces de los cuatro. No oyó palabras, tan sólo el estruendo de las voces unidas. Miró el reloj. Las manecillas marcaban las doces y cuarenta de la madrugada. Miró a su alrededor buscando una excusa con la que salir. Abrió la puerta de la entrada y se dispuso a marcharse cuando escuchó a Antonio.

- ¿Marisol, adónde vas?
- Voy a sacar la basura, empieza a oler mal.

Agarró las dos bolsas de basura del cubo y salió sin decir más.

Dejó las bolsas en el contenedor y se quedó quieta en el silencio de la noche. Sacó de su bolsillo una cajetilla de tabaco y se encendió un cigarrillo. Se disponía a inhalar cuando una joven apareció corriendo y chocó contra ella. El cigarrillo cayó al suelo, Marisol le lanzó una mirada de irritación, pero la joven ni siquiera se giró. La observó durante un minuto, con su paso apresurado, como huyendo de un monstruo. Se preguntó que la movería a correr así, de quién se estaría escondiendo, por qué. Al menos aquella joven sabía qué le atemorizaba, ella no. Se había levantado con la sensación de que algo no marchaba bien, había intentado ignorarlo, pues tal vez así desapareciera, pero no había servido de mucho. Seguía sintiendo ese vacío dentro de sí y probablemente no fuera a desaparecer. Sacó otro cigarrillo y se dispuso a fumar. Aunque ya no le apetecía, le daba igual, como todo lo demás.

Entre vías

Sabía que no era un buen momento para él, pero sin pensarlo dos veces, tocó el timbre. No lo hizo tímidamente, ella nunca hacía nada de manera modesta, alargó el brazo con fuerza y, con decisión pulsó el artefacto.

Hubo una pausa, que ella sintió eterna, lanzó un alargado suspiro, y entonces oyó respuesta. La voz de él sonó ronca y cansada, como si acabara de despertar de un profundo sueño.

- ¿Sí?
- Soy yo, Laura.- Intentó parecer casual, alegre e indiferente.- Estaba por la zona y he pensado que estaría bien venir a saludarte.- Agachó la cabeza como si él pudiera verla a través del telefonillo, esperando a que él dijese alguna palabra.- ¿Puedo subir?

Otra pausa. Carraspeo y tos.

- Sí, claro. Sube.

Abrió el pesado portal, encendió la luz y comenzó a subir los peldaños de aquella escalera que había subido tantas veces. Lo hizo muy despacio, con cuidado, pues una oleada de recuerdos comenzó a inundar su cabeza a medida que avanzaba. Besos apasionados contra la barandilla, algún tropiezo por la madera, un vecino inoportuno…

Por fin llegó al segundo piso, él esperaba en el umbral de la puerta con una mano apoyada en el pomo. Estaba algo despeinado, llevaba la camisa entreabierta y unos vaqueros viejos. Su gesto se mostraba entre molesto y cansado.

- Hola.- Ella hizo el ademán de acercarse a darle un beso.
- Hola.- Él se apartó bruscamente.- ¿Qué haces aquí? Son las doce y media, es un poco tarde, ¿no crees?
- Bueno, sé que trabajas a estas horas y pensé que te alegraría verme.- Miró a otro lado como si sintiera vergüenza de su siguiente frase.- Siempre te ha alegrado verme.
- Sí, pero ahora estoy trabajando. Estoy un poco ocupado.
- ¿Me haces subir para decirme que me vaya?- Se sintió ofendida.
- Anda, pasa.

Caminó hacia el interior del apartamento y se percató de que ya no sabía qué le había movido hasta allí. En casa, mientras pensaba exactamente en cómo iba a producirse su encuentro, todo parecía tener sentido. Las palabras habían surgido espontáneamente en su cabeza, como el guión de una buena película, sin embargo, en ese preciso momento, se sentía ridícula y no se le ocurría qué decir. En el fondo, esperaba y deseaba que fuera él quien la liberase de su angustia y dijese lo que esperaba oír.

Sin más indicaciones, se sentó en el sofá en el que la había poseído tantas veces. Se le hizo un nudo mayor. Él se sentó a su lado y la miró a los ojos, como esperando encontrar una respuesta. Entonces le cogió la mano con suavidad y se la acarició, intentando proporcionarle consuelo.

- Laura, ahora dime, ¿por qué has venido?
Lo miró fijamente. Era el momento, aquél era el momento preciso para soltarle todo aquello que había diseñado su mente, su discurso, sus ideas, sus preguntas. Movió los labios tímidamente, por primera vez en mucho tiempo, y se quedó paralizada. Cuando, por fin, ella sintió fuerzas suficientes para expulsar todo lo que le reconcomía, él se le adelantó.

- Laura, creo que los dos lo sabemos. Ya hablamos de esto. Al menos, lo hice yo, y creo que dejé bastante claro que estas visitas nocturnas ya no tenían sentido.


Le dirigió una mirada de incredulidad y asintió.

- Sí, tienes razón, venir ha sido una tontería. Perdona por molestarte mientras trabajas.

Y prácticamente sin mirar atrás, se levantó con brusquedad, con la misma brusquedad con la que se dirigió a la puerta y la cruzó. No quiso echar una última mirada, simplemente comenzó a correr.