Un hombre

Una vez conocí a un hombre. Cada día acudía al mismo banco de cierto parque a no observar. En nuestros primeros encuentros (si es que puedon llamarlos así, pues él no era consciente de que participábamos ambos) no me percaté. Creí que miraba el paisaje, a las personas que corrían, paseaban, hacían vida en aquel parque en definitiva. Pero no. Simplemente mantenía la mirada al frente. Pensé que era un hombre orgulloso, incapaz de agachar la cabeza ante nada. Nunca lo imaginé un individuo atormentado, su aspecto no indicaba nada parecido. Los días transcurrían y no tuve más remedio que sentarme junto a él en el banco. Necesitaba entender qué hacía allí cada día o al menos, intentar ver algo en él. Pasaron días hasta que se dignó a decir hola. Tuve que ganarme el derecho de estar allí junto a él. Por lo tanto, también tuve que obtener con méritos el honor de su conversación. Honestamente, no podría decir que llegamos a mantener ningún diálogo real, sin embargo, los fragmentos de ellos me permitieron llegar más allá de lo que nunca habría pensado. Sus ojos verdes no mostraban mucho más que frialdad, pero sus palabras estaban cargadas de sentido. Aquel hombre no era ni orgulloso, ni fuerte, no era más que alguien que había decidido dejar pasar el tiempo y olvidarse de la vida que había anhelado y que nunca llegaría. Aquel hombre no cesaba de utilizar frases en futuro y, aunque no se encontraba en una edad avanzada, ambos sabíamos que jamás abandonaría aquel banco. Es más, podría arrastrar a cualquiera a su inactividad y a su dejadez ante la vida, como había hecho conmigo, que aventurarse a ser uno de sus sujetos no observados. Conocí a este hombre y sentí pena, rabia y desdicha pues no deseaba volver a tenerlo cerca de mí nunca más.