Llegados a ciertos momentos, debemos ser sinceros con nosotros mismos y asumir que no estamos hechos de paja.

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¿De dónde había salido aquella puerta? Estaba convencida de que de haber estado siempre allí, me habría percatado antes... en una de las sesiones de limpieza intensiva, por ejemplo. Era extraño, sin duda. Se trataba de una puerta de pequeño tamaño, menos de cincuenta centímetros de altura y de color azul. Y tenía un pequeño pomo. Si no hubiese sido por lo dantesco de la situación, probablemente me habría parecido incluso adorable. Me coloqué a corta distancia y la observé. Tenía algo que me hipnotizaba. Me mantuve allí más minutos de los que pueda recordar. Entonces observé que alguien golpeaba desde dentro.

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La otra noche me senté en la cama a leer (soy una de esas personas que no saldría de su cama en todo el día y no precisamente para seguir durmiendo, disfruto haciendo cada pequeña cosa en ella, incluso comer... Mi cama es mi planeta, mi ínsula Barataria). Apoyé la espalda en la pared, dejé colgar mis pies como si fuera una niña pequeña y agarré con solemnidad el tomo entre mis manos. Me olvidé de los ruidos exteriores (en realidad no había ninguno, mi habitación no tiene ventana...), y me dipuse a leer. Mi concentración era absoluta, por ello me costó percatarme. Pero pasados unos segundos, comencé a notarlo. Uuuuuuh. Me extrañé un instante, pero no quise abandonar mi recién inaugurada lectura. Sin embargo, uuuuuuuuuuuuuh. Tuve que apartar el libro y girar la cabeza, dirigir mi oído hacia aquello. ¿Era un susurro? No era posible. Tal vez la televisión de algún vecino. No, esa respuesta no me convencía. El susurro comenzó a crecer progresivamente y para mi alarma, estaba hablándome a mí. ¡Estaba diciendo mi nombre! Corrí al armario, miré debajo de la cama. No había nadie. Y a pesar de todo, seguía oyendo esa voz pronunciándome. Excitada, trasladé la cama de lugar y encontré algo que jamás habría imaginado. Una pequeña puerta.

Se aleja lentamente. De mí, del espacio, de lo conocido. Me gustaría preguntar por qué, pero temo alzar la voz, escucharme y que sea real. Mientras me mantenga contra la pared, podrá ser sólo parte de mi imaginación. Pero se aleja.

El charlatán

Decían muchas cosas sobre él. Decían que era un buen hombre, decían que hacía reír, pero sobretodo, decían que no paraba de hablar. Era un auténtico charlatán, de ésos a los que jamás podrías imaginar con la boca cerrada. Su gesto era exagerado y casi teatral, sus ojos permanecían siempre muy abiertos, en consonancia con los movimientos de sus labios. Mis hijos pequeños estaban atemorizados, no comprendían que era un bufón, un buen hombre, pero un charlatán que nos entretenía a todos con sus historias. Si te encontrabas un poco desanimado, si el trabajo aquella jornada te hacía odiar a todo el mundo, te acercabas al bar (siempre estaba en la barra) y una de sus historias te alegraba la mañana. Pero cambió. Nadie supo jamás qué provocó la transformación, sin embargo, de la noche a la mañana, dejó de acudir al bar de siempre, dejó de mostrarse alegre y dejó de charlar. Se convirtió en un ser gris que trataba de pasar desapercibido. Yo me acerqué en un par de ocasiones a su casa, a ver cómo se encontraba, no me terminaba de creer que aquel hombre con el que todos habíamos reído hasta llorar se hubiese desvanecido tal cual. Pero mis ojos me ofrecieron la prueba. Su rostro se había llenado de vacíos y su boca había empequeñecido. Le pregunté '¿cómo andas?' más de una vez y su respuesta fue un simple encoger de hombros. No quise molestarlo más. Algunos dijeron que se había secado, que se había quedado sin nada que decir tras agotarlo todo. Tal vez había llegado al límite. Supongo que todos lo tenemos.