En la oscuridad y el olvido

  -     Creo que estoy enferma.
  -      ¿Qué te pasa? – Preguntó alarmado.
  -       No estoy segura. Tengo náuseas y un dolor tremendo en el pecho. – Miró a su alrededor sin mirar a ninguna parte en realidad. – Creo que será mejor que me eche un rato.

      Subió las escaleras lentamente. Se apoyó en el pasamanos con la escasa fuerza que le fue quedando. Hasta llegar al final, a una buhardilla sucia, llena de humedades y oscuridad. Estanterías con libros olvidados, cuadernos y un colchón sobre el suelo. Aquél era el único lugar que podría acogerla en ese preciso instante. Necesitaba guarecerse en la oscuridad y en el olvido.  

      Dejó caer su cuerpo con cuidado sobre el colchón y una vez que yació completamente, pudo entender que el dolor no había hecho más que empezar y no acabaría hasta extenderse por todo su cuerpo. Cerró los ojos dejándose llevar , rindiéndose.
      
      Sabía que pasarían horas, días, tal vez semanas sin poder hacer nada contra ese dolor que la poseía.  Del mismo modo que sabía que sólo ella podría levantarse y dejar de sufrir. Pero qué fácil era no hacer nada y lamentarse. Tan sencillo que no estaba segura de cuál sería su fin. 

El cielo se ha oscurecido. Ella se ha marchado. No es constante, viene y me acompaña; se aleja y me abandona. Nunca sé cuánto he de esperarla, a veces casi la olvido y desaparece de mi vida. No obstante, cuando su recuerdo está a punto de borrarse de mi memoria, aparece de manera estelar. Con mayor fuerza que nunca. Y me recuerda cuánto la necesito a mi lado.

Pero ahora es distinto. La casa está en silencio, mi mente está vacía. Se ha marchado y temo que será para siempre.