Había disfrutado enormemente la lectura de aquel cuento de Andersen, pero de pronto lo entendió todo. Se le había metido el cristalito de hielo. Se le había colado dentro y ahora amenazaba con crecer. Había intentado ignorar su presencia, fingir que no existía, incluso admitir su derrota e invitarlo a salir, pero todo esto se le resistía. El cristal, transparente y cortante, permanecía dentro y comenzaba a crecer. Sentía como se expandía dentro de su pecho, por todo su torso, dejándole casi sin respiración. Ojalá pudiera llorar y expulsarlo, sin embargo, algo tan simple siempre ahora parecía una auténtica proeza. Estaba desesperada. Necesitaba arrojarlo fuera. Un escalofrío le recorrió la espalda y se quedó quieta, mirando al vacío, como esperando algo a punto de ocurrir.