Se habían quedado dormidos en la cama. No eran más de las cuatro de la tarde. Estaban desnudos y hacía calor. Ella sintió un escalofrío en la espalda y aún dormida buscó las sábanas. Alargó los brazos, pero no pudo encontrarlas e inevitablemente abrió los ojos. Lo hizo con cuidado para no despertarlo. Él seguía completamente sumido en su sueño. Lo miró detenidamente un segundo, como tratando de descubrir qué ocultaba. Ella sabía de sobra que no había sido del todo sincero con ella, sus historias, su actitud, incluso el hecho de que hubiera tenido que suplicarle para que la invitara su casa... Había algo que no funcionaba del todo. Hasta entonces, no le había importado, lo pasaban bien juntos y eso bastaba, pero en ese preciso instante en que él dormía, deseó saberlo. Llegar hasta el fondo de la cuestión. Abandonó la cama con mucha delicadeza, se colocó su vestido y comenzó a buscar. Observó con detenimiento el escritorio, que estaba en el mismo cuarto. No sabía muy bien qué esperaba encontrar, no obstante, sentía que habría algo. Papeles, revistas, algún que otro bolígrafo... Nada fascinante. Decidió dirigirse al lavabo, con la esperanza de tener más suerte, tal vez en el pequeño armario de medicamentos... Lo abrió con entusiasmo y, de nuevo, nada. No más que aspirinas corrientes y utensilios de afeitado. Se sentó en el borde de la bañera, con la mano tapando su boca, sintiéndose avergonzada. Aquello era absurdo. ¿Qué esperaba encontrar en serio? Dejó la mirada fija en el vacío y de pronto, como llamando su atención, descubrió una puerta. Parecía una puerta o tal vez una ventana, por el tamaño, no más de medio metro de altura. Se encontraba bajo el lavabo, la luz impedía verla claramente. Aquello era rarísimo. ¿Para que necesitaría una puerta precisamente allí? ¿Adónde conduciría? Se agachó y a gatas, se colocó frente a la puerta. Probablemente lo que hubiese al otro lado sería otro fiasco, pero miraría de todos modos. Agarró el pomo con fuerza, contó hasta tres y abrió. Inmediatamente tuvo que cubrirse los ojos con las manos. Una luz extrañamente cegadora sobresalía por aquella portezuela. Decidió cruzar el umbral, dejó caer todo su cuerpo en el suelo, sintió el frío de las losas en su mejilla y empujó hacia dentro. La operación llevó unos segundos, que se hicieron eternos y al estar dentro, se incorporó. La luz era más potente allí dentro, pero procedía de un rincón más alejado, así que continuó su camino. Dio pasos lentos hasta alcanzar lo que parecía una habitación nueva. Cuando la vista empezó a acostumbrarse a la luz, comenzó a discernir una gran colección de alacenas de cristal. Cada una de ellas contenía algo, pero no estaba segura de qué. Se acercó a la más próxima de todas y miró atentamente. Entonces se percató de qué guardaban aquellos aparadores. ¡Eran cabezas humanas! ¡Pero no simples cabezas humanas, todas tenían el rostro de él! Lanzó un grito de terror y cayó al suelo. Desde él pudo verlas todas, distintas expresiones faciales, pero todas pertenecientes a él. ¿Qué clase de engendro era aquel? ¿Por qué guardaba distintos rostros de sí mismo en aquel lugar? En el centro de la habitación, se sintió desfallecer, no sabía qué hacer, ni siquiera sabía si los nervios le permitirían regresar al dormitorio. Además, tal vez él hubiera despertado y la estuviera buscando. Entonces estaría perdida. Sintió su pulso correr al oír unos pasos cercanos... y perdió la consciencia.Se habían quedado dormidos en la cama. No eran más de las cuatro de la tarde. Estaban desnudos y hacía calor. Ella se despertó sobresaltada. Había sufrido una pesadilla terrible. Con cuidado, para no despertarle, pasó al baño para echarse un poco de agua fría. Se miró en el espejo y se rió ante lo abominable de su sueño. Pero por un segundo, dudó. Tras recapacitar unos instantes, encogió la cabeza y miró bajo el lavabo. Un escalofrío recorrió su espalda. Allí abajo sí que había una puerta.