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Era tan ridícula. Su comportamiento había sido completamente ridículo e irracional. Deseaba poder hacer desaparecer todo aquello. Deseaba poder desaparecer ella misma.
Se miró al espejo y no se reconoció a sí misma. Al otro lado del reflejo encontró una masa deforme, sin color ni brillo. Volvió a mirar, esta vez atentamente, y percibió el miedo, la tristeza y la falta de ganas de simplemente vivir. Ya no entendía nada. Sólo sabía que aquella mujer que veía no era ella. Ella jamás había sido así. Se había transformado en un ser repulsivo. De pronto se le vinieron a la mente recuerdos que había tratado de ocultar demasiado tiempo. Los recuerdos comenzaron a aniquilarla poco a poco. Eran esas imágenes las que habían ido invadiendo sus sentimientos hasta convertirla en un ser gris. Dudó si luchar contra esos manchas asesinas. No tenía ningún sentido luchar contra eso. La batalla ya había sido ganada.
Allí, en el umbral de la puerta contempló el salón lleno de gente. Se habían congregado allí todos sus amigos, conocidos, compañeros del día a día. Suspiró profundamente ante la perspectiva de volver junto a ellos. Agarró con fuerza el vaso que sostenía y trató de sostenerse a sí misma aún más fuerte. Ensayó su acostumbrada sonrisa para sí y se dispuso a marchar hacia la compañía. Cuando dio el primer paso en esa dirección se percató de algo. Le llegó como un zumbido, como un relámpago, como algo insólito y potente. No quería estar allí. Lo último que deseaba era volver a fingir que estaba bien, que estaba contenta, relatar con una sonrisa inexistente sus últimos logros y cómo había alcanzado ese equilibrio que todos buscan en la vida. En definitiva, estaba cansada de mentir e inventarse a sí misma y una vida ficticia. Las palabras que salían de sus labios ya no tenían sentido más que para ella misma, no tenía ninguna intención de dar las explicaciones pertinentes. Ya estaba harta. Había llegado el momento de olvidarse de las burbujas de humo que la rodeaban. Simplemente daría la vuelta, saldría por la puerta, buscaría un hueco entre dos coches y se sentaría a mirar nubes en el cielo.
Me inunda el peor de los cansancios y la mayor de las frustraciones. No sé qué es verdaderamente peor. El primero es físico y palpable, no obstante, la segunda está dentro de mí y a veces me oprime. Siempre tuve claro en qué consistía ser yo misma, pero ahora me contemplo detenidamente y no puedo encontrar una correspondencia real entre aquella que fui y ésa que soy hoy. No sé si el tiempo me hizo cambiar o simplemente nunca fui como verdaderamente pensaba. Todas esas pequeñas ideas son en realidad minúsculas y carecen de sentido en cualquier lugar que no sea mi cabeza. Puede que simplemente me esté volviendo loca. El borde del precipicio cada vez parece estar más cerca y ser más abismal. Si caigo por ahí no tendré tiempo a recapacitar, sólo observaré cuán larga será la caída y prestaré atención por si oigo el sonido de los pájaros. Éste siempre me acompañó, ¿por qué no debería entonces estar en ese preciso instante?