Se levantó de un sobresalto, empapado en sudor. El pulso totalmente turbado. Mientras era consciente de que su respiración se elevaba por encima del resto de sonidos nocturnos, y trataba de incorporarse, tuvo un presentimiento. Sentía que algo no iba bien. Se incorporó y colocando la mano en el pecho, trató de apaciguarse.Un minuto más tarde, volvía a recuperar el aliento y oyó ruido a lo lejos. Extrañado más que preocupado, abandonó su habitación para descubrir de dónde procedía el tumulto. La casa estaba completamente a oscuras, sólo se divisaba luz al final del pasillo. Prefirió mantener la escasez de luz y caminó con cuidado, a tientas, evitando tropezarse. Al fin alcanzó el umbral de la puerta del salón, de donde parecían llegar las estridencias. Lentamente, con temor, atravesó la puerta y llegó a la claridad. Y cuál fue su sorpresa al descubrir a su familia en pleno banquete. Los miró detenidamente. Una enorme mesa repleta de platos irresistibles e inconmensurablemente grandes. Cubiertos de plata cuyo brillo resultaba cegador. Personas más similares a maniquíes con piezas movibles que a seres humanos. ¿Estaba seguro de que fuera su familia? Se parecían mucho, sí, y estaban en su hogar para más inri, pero había algo distinto en ellos. Llevaban unos vestidos blancos, inauditos, como de otra época. Pero aún peor, sus rostros se le antojaban distorsionados, sus miradas estaban perdidas. Emitían sonidos que no tenían ninguna coherencia. Comenzó a ponerse nervioso, miró hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia los rincones, buscando alguna pista que le permitiera entender qué estaba pasando. Cerró los ojos, tan sólo dos segundos, y al abrirlos, reconoció un objeto del que estaba seguro no haber visto un minuto atrás. Una burbuja. Una enorme y cristalina burbuja. Y su familia se hallaba dentro. Como si tal cosa, cenaban, charlaban, se movían en su interior. Su madre, su padre, su hermana y su ancianísima abuela se dedicaban a realizar la función. Él no entendía nada, se acercó con temor al continente, que se hallaba entre los muebles, como uno más, y la tocó. Primero con un dedo, luego con varios, posteriormente, con toda la palma de la mano. Estaba congelada, casi sintió dolor al rozarla. Aún así, dio un golpe brusco, esperando alguna respuesta desde dentro. Sin embargo, nada pasó. ‘¡Eh!’ dijo con desprecio. Y nada sucedió. Volvió a gritar, pero dando un golpe esta vez, y ninguno de los miembros de la burbuja se inmutó. ‘¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!’ ahora fue un ahogado alarido. ‘¡Eeeeeeeeh, acaso no me oís!’ chilló casi quedándose sin aliento. Él comenzó a impacientarse, a sentirse abrumado. No deseaba más que recibir la atención de sus familiares un segundo, sentir que todavía se hallaban con él. Empezó a aporrear el exterior de la burbuja, con ambas manos con ansiedad, con la angustia más absoluta. Continuadamente, dejando toda su fuerza en ello. No pudo evitar dejar caer unas lágrimas. ‘Por favor, estoy aquí, ¿¿¿ES QUE NO PODÉIS OÍRME???’ vociferó perdiéndose. Pero a esto le siguió el silencio, y con el silencio, la nada.