Un regalo
Había llegado pronto a la estación y decidió sentarse a esperar. Giró la cabeza y divisó un asiento libre a lo lejos. Ya acomodada, dirigió su mirada a uno de los numerosos relojes que adornaban el lugar. Cincuenta y ocho minutos que tenía por delante. Sí que se había dado prisa. De pronto, comenzó a impacientarse, como si estuviera a punto de emprender una ardua prueba. Había mucha gente a su alrededor, moviéndose como si tratara de una estampida. Se le antojaba que fueran animales en lugar de personas, embrutecidas, salvajes. Un escalofrío recorrió su espalda. Se sintió desprotegida y se abrazó a sí misma. Qué absurdos resultaban sus pensamientos, casi tanto como las frases mecanizadas que sonaban a través del altavoz. Todo era extraño. Todo era gris. Y comenzó a llorar. Primero con timidez y acto seguido, desconsolodamente. Olvidó por un momento dónde se encontraba y se dejó llevar por el llanto y por los sentimientos que inspiraban su huida. Dejarlo todo atrás era duro. Más difícil de lo que hubiese podido imaginar mientras depositara su vida en una maleta. No había reflexionado cómo se sentiría en el momento crucial. Tan sólo había actuado como se suponía que debía hacerlo una persona como ella. En aquel nubarrón de impresiones, una presencia la sacó de su ensimismamiento. Alguien la miraba fijamente desde lo lejos. Ella se sintió algo incómoda, pero la sensación comenzó a incrementar cuando notó que se encaminaba directamente hacia ella. INtentó disimular, fingir que no se percataba de sus pasos, no obstante, era prácticamente imposible. El individuo continuó con su marcha hacia ella y aprovechando que en ese instante, el asiento junto a ella quedaba disponible, se situó a su lado. Ella no le quitó la mirada de encima y con los ojos como platos trató de decir algo. Él alargó su dedo hasta los labios de ella para evitar que produjera sonido alguno. Ella se apaciguó y observó con atención cómo él sacaba de su bolsillo un objeto. Agarró su mano lentamente y depositó sobre ella el objeto en cuestión. Era una esfera de cobre, pero por su peso parecía ser el contenedor de alguna otra cosa. Se disponía a abrirla cuando el desconocido dijo: 'Aún no... pero cuando lo abras, volverás a ser feliz'. Y con esas simples palabras, se marchó dejándola atrás. Ella no sabía qué decir ni qué pensar. ¿Tal vez se trataba de una broma? ¿Debería hacerle caso y esperar para abrir el inesperado trasto? ¿O debería tirarlo, al fin y al cabo aquél no era más que un desconocido? No sabía por qué optaría finalmente, pero decidió guardarlo hasta llegar al tren.
Las preocupaciones de ella parecieron desvanecerse durante los cincuenta minutos restantes, tiempo que tuvo que esperar hasta entrar en el tren. Estaba demasiado sorprendida. Deseaba una explicación.
A las diez en punto se halló en su asiento del tren y la máquina comenzó a galopar. Supo que había llegado el momento, que tenía que abrir aquel extraño regalo. Agarró con delicadeza el presente, lo estudió durante unos instantes, presionó un botón en el medio y todo el cachivache se abrió. De él salió una luz inmensa que iluminó la cara de ella. Su desconcierto fue a mayor cuando una imagen se escurrió del mismo y no pudo hacer más que sonreír, henchida de felicidad.