skip to main |
skip to sidebar
Había sido un día de mierda. Literalmente. Y eso que odiaba las palabras malsonantes. Y el ruido, las manías infernales, los malos gestos, el desorden, tener que sonreír ante anécdotas que carecían de toda gracia, asentir ante comentarios absurdos... Y de pronto parecía que aquel día había sido un compendio de todo eso. Abrió la puerta del apartamento con cierto decaimiento, dio un portazo (cosa que también le desagradaba, al fin y al cabo implicaba dos elementos de la lista) y se desnudó. Sin meditar demasiado, se dirigió al lavabo y giró el grifo de agua caliente. Agarró el bote de gel, lo apretó con fuerza y dejó caer lo que quedaba de él en la bañera. Cuando estuvo medio llena, se introdujo en ella y cerró los ojos. Aquello resultaba muy agradable. Su cuerpo parecía empezar a alcanzar el equilibrio que tanto anhelaba. Se acomodó un poco más y comenzó a ver en su cabeza un campo verde, con margaritas y una casilla al fondo. Era su 'lugar seguro', el lugar al que acudía cuando estaba saturada del estrés y de su vida en general. Ya que la ciudad podía ser tan estresante y parecía estar tan lejos de todo, al menos podía viajar con la imaginación a donde ella deseara. Suspiró. Y pasó algo extraño, sintió cómo su cuerpo se inclinaba. La bañera parecía erguirse como un trampolín. Su cuerpo se deslizó y se hundió por completo. En el momento más inesperado, se descubrió flotando rodeada de humedad. Agua, agua y más agua. ¡Pero era salada! ¡Estaba en pleno mar! La respiración empezó a faltarle e intentó salir a la superficie. Aquello no podía estar pasando, no podía haber desaparecido de su bañera como de la nada. Hizo fuerzas con sus brazos, y consiguió llegar con dificultad a alguna parte. Alzó la cabeza y su nariz sintió el oxígeno. Cogió aire y se impulsó hacia arriba. Miró hacia arriba y sólo vio el azul de un cielo claro e inmenso. Procurando flotar en aquella repentina masa de agua miró al horizonte y no pudo ver más que el mar infinito. Sus ojos se abrieron como platos. ¡Estaba en medio del mar! Y perdió la conciencia.
Estaba tumbado en la cama, con gesto de hastío, rodeado de libros que no le interesaban lo más mínimo. Se preguntó si la vida siempre sería así: dedicarse a trabajar sobre cosas que no le motivaran, que tan sólo le produjeran infelicidad y desdicha. Incluso cansancio de sí mismo. No, eso sí que no lo haría. No iba a compadecerse de sí mismo. Aunque tampoco iba a esperar un tiempo mejor lleno de fantasías y sueños por cumplir. Qué absurdo. De pronto nada parecía tener sentido. Probablemente aquellos pensamientos no fueran más que el resultado del aburrimiento y saturación que aquellos manuales le habían provocado. Cerró el cuaderno que tenía en sus manos y apartó el resto de sí. Se colocó de cuclillas y miró por la ventana. Hacía un buen día. Sacó la cabeza y oyó a niños jugar escandalosamente. No estaría mal ser un niño otra vez. O un pájaro. Ésos sí que tenían libertad. Contempló una bandada de aves que sobrevolaban la calle en ese preciso momento. Y se le ocurrió algo. Algo insólito y bastante arriesgado. Volar. Se puso de pie sobre su cama, abrió bien las ventanas y apoyó la pierna en el alféizar. Resultaría difícil, pero por qué no intentarlo. Sacó la cabeza del todo y miró hacia abajo. Era un tercer piso, podría tomar impulso. Tomó aire, llenó sus pulmones, abrió los brazos y se lanzó. Durante unos segundos, sintió que volaba y durante esos segundos, sonrió. Hacía tanto que no sonreía que lo había olvidado. Todo sucedió muy deprisa, pero mereció la pena. Eso creyó él. Al menos la vida ya no sería así.