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Estaba tumbado en la cama, con gesto de hastío, rodeado de libros que no le interesaban lo más mínimo. Se preguntó si la vida siempre sería así: dedicarse a trabajar sobre cosas que no le motivaran, que tan sólo le produjeran infelicidad y desdicha. Incluso cansancio de sí mismo. No, eso sí que no lo haría. No iba a compadecerse de sí mismo. Aunque tampoco iba a esperar un tiempo mejor lleno de fantasías y sueños por cumplir. Qué absurdo. De pronto nada parecía tener sentido. Probablemente aquellos pensamientos no fueran más que el resultado del aburrimiento y saturación que aquellos manuales le habían provocado. Cerró el cuaderno que tenía en sus manos y apartó el resto de sí. Se colocó de cuclillas y miró por la ventana. Hacía un buen día. Sacó la cabeza y oyó a niños jugar escandalosamente. No estaría mal ser un niño otra vez. O un pájaro. Ésos sí que tenían libertad. Contempló una bandada de aves que sobrevolaban la calle en ese preciso momento. Y se le ocurrió algo. Algo insólito y bastante arriesgado. Volar. Se puso de pie sobre su cama, abrió bien las ventanas y apoyó la pierna en el alféizar. Resultaría difícil, pero por qué no intentarlo. Sacó la cabeza del todo y miró hacia abajo. Era un tercer piso, podría tomar impulso. Tomó aire, llenó sus pulmones, abrió los brazos y se lanzó. Durante unos segundos, sintió que volaba y durante esos segundos, sonrió. Hacía tanto que no sonreía que lo había olvidado. Todo sucedió muy deprisa, pero mereció la pena. Eso creyó él. Al menos la vida ya no sería así.
1 comentarios:
Nélida este relato está muy bien, me recuerda a una escena de Mar Adentro. Sigue así, no ocultes tu talento.
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