En la oficina

Una tarde más la oficina ofrecía la sinfonía de siempre. El tamborilear del teclado, los pasos contundentes de los tacones, la impresión lenta y congestionada de la fotocopiadora... Cada tarde la misma historia. Junto a ella, su café solo (para no dormirse, le resultaba más difícil a medida que transcurría el tiempo) y su repetido y sonoro suspiro. No importaba que mostrara su hastío, nadie parecía darse cuenta. Cada compañero de la oficina vivía en su propia órbita de facturas y montañas de papeles que revisar. A veces no podía evitar marcharse de su cubículo, pero no físicamente, tan sólo transportaba su mente e imaginaba que viajara por el mundo, protagonizase aventuras o simplemente que fuese capaz de dejar su puesto de verdad. Tal vez algún día lo consiguiese, por lo pronto, le bastaría con soñarlo.

Sofía

En el silencio de la habitación la observa. Para ella, Sofía es todo un enigma. Es carácter, es histrionismo, es talento (ésta es la primera palabra que suelen relacionar con ella), en el fondo, es todo lo que ella desearía ser. Su voz queda, sus inseguridades, su falta de amor propio suponen una inmensa distancia entre las dos. Y su admiración. Y su odio hacia ella. Cuando se conocieron, creyó que podrían ser amigas, integrarla en su mundo de lo imaginario, pero no fue así y la hizo sentir pequeña e insignificante. Desde entonces, la odia y nunca defiende sus opiniones o sus nuevos trabajos. Simplemente se dedica a desprestigiarla, a bajarla del pedestal en que todos la han colocado. Ahora, Sofía ha bajado la guardia y sin saberlo, es observada y descubierta en plena fragilidad. Sofía llora desconsoladamente. Ella daría lo que fuera por conocer los motivos que la están hundiendo lentamente. Pero prefiere mantenerse alejada, tan sólo mirar y disfrutar un pequeño triunfo. En realidad no es triunfo, ni siquiera una satisfacción, es tan sólo el placer de descubrir que Sofía es humana y podrá seguir bajándola de su pedestal.

Una 'heroína' entre las calles

Últimamente mi vida se desarrolla entre libros y pierdo la conciencia de mi vida. De pronto, me olvido de mi nombre y me transformo en una heroína de Jane Austin o Charles Dickens. Y camino por Cea Bermúdez, entre kioskos aún en la oscuridad y creo encontrarme en pleno Londres o tal vez en la campiña inglesa. Me imagino aventuras absurdas y un poco ridículas, como mi actitud y yo misma, supongo, y me siento bien. Resulta bastante cómico pensar que todos formamos parte de una trama de misterio o romance. El camino a pie se vuelve más entretenido. Observo las caras de los madrugadores viandantes, que como yo, se dirigen a su lugar de trabajo o de estudio, y me río al darme cuenta de que nunca imaginarían las locuras que se me pasan por la cabeza.

En un bar

Estuvimos en un bar bajo el humo y la oscuridad. Yo olvidé quien era o cómo me sentía, simplemente me despojé de los disfraces usuales y sonreí y te miré. Sentí algo. Tal vez fue la cerveza, tal vez fue la soledad que suelo llevar a modo de abrigo. Pero me vi reflejada en tus ojos. Y me gustó.