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Hacía días que había convertido su dormitorio en un basurero. Las sábanas hechas una maraña, ropa sobre la silla, por el suelo, libros, cuadernos y muchas tazas con restos de té. Comenzaba a quedarse sin ropa limpia, los trapos sucios ya no cabían en la bolsa, se salían de ella conformando una montaña. El sol no había salido todavía y en diez minutos tendría que salir a trabajar. Aplanó una parte de la colcha y se sentó sobre ella. Dejó caer los pies, como si estuvieran muertos. Deseaba que esos diez minutos no se acabaran nunca, que el mundo se parara, aunque fuera un segundo y él pudiera suspirar con templanza. Todo iba demasiado deprisa, tanto que no tenía tiempo de asimilarlo. Su propia vida corría ante sus ojos. Él no podía parar el mundo, tal vez él pudiera parar su vida.
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