En la habitación

Una mañana, como cualquier otra, se había despertado, abierto la ventana, observado cómo el día iniciaba y mirado a su alrededor. A pesar de que aquel gesto era habitual en ella cada mañana, un ritual para dar comienzo al día, en aquella ocasión algo había sido diferente. No sabía exactamente qué, no obstante, su escenario había cambiado. O tal vez hubiese sido su mirada, que como un tamiz no era capaz de soportar la imagen común. Se dio la vuelta y contempló su alrededor. Su apartamento, sus muebles, su marido durmiendo, su hija, su rutina, su vida. Ya no estaba tan segura de que le gustaran todas estas cosas. Sin meditarlo demasiado, se dirigió a la habitación que usaban como despacho, sacó todos los muebles de de ella salvo una silla, corrió las cortinas, bajó las persianas, eliminó toda la posible luz y echó el cerrojo. Agachó la cabeza y se olvidó de la vida. Sólo deseaba meditar y averiguar en qué había fallado. Lamentarse al fin y al cabo. Pasaron horas, días y semanas. Nada de lo que su marido o su hija dijeran serviría para conmoverla o convencerla. A las semanas le siguieron los meses… y los años. Perdieron toda esperanza de volver a verla. La habían perdido para siempre. Ella perdió la conciencia de ella misma, acabó fundiéndose con la oscuridad, con la no existencia. Pasaron cinco años, y de pronto ella se preguntó por qué se había escondido en aquella habitación en primer lugar, pues ya no lo recordaba. Abrió la puerta con lentitud, casi no tenía fuerzas. Caminó despacio, cubriéndose los ojos, la luz le resultaba violentamente cegadora tras años evitándola. Descubrió un cristal a su lado, notó su reflejo y se echó una mirada veloz y con temor. Aquel ser no podía ser ella. Se asemejaba más a un fantasma que a lo que creía recordar de sí misma. Lo buscó a él, la buscó a ella. Se extrañó. Sus muebles, su marido, su hija, su rutina, su vida. Todo había desaparecido.

1 comentarios:

Yols dijo...

Todo puede cambiar al nuestro alrededor cuando nosotros nos empeñamos en escondernos