El camino

El miedo se había convertido en un sentimiento habitual. El temor a la oscuridad, a lo desconocido, al dolor... Ese todo parecía una masa que la iba consumiendo poco a poco. Tanto, que al mirarse al espejo no se reconocía. Sombras y recovecos. Sentía que no podía respirar. Iba perdiendo el aliento...

Hasta que una mirada la salvó. Una mirada luminosa que salió de entre los rincones oscuros. Ojos que le recordaban al mar. El mar le hacía sentir a salvo, era su niñez, sus momentos felices, tal vez su futuro. Tal vez no estaba perdido del todo. Puede que existiese una alternativa a todos esos mantos de tristeza.

Se levantó y dejó las capas en el suelo. Se sintió desnuda, pero libre. Miró al sol y lo sintió en su piel. Estaba lista. El camino se abría paso ante ella.

En la oscuridad y el olvido

  -     Creo que estoy enferma.
  -      ¿Qué te pasa? – Preguntó alarmado.
  -       No estoy segura. Tengo náuseas y un dolor tremendo en el pecho. – Miró a su alrededor sin mirar a ninguna parte en realidad. – Creo que será mejor que me eche un rato.

      Subió las escaleras lentamente. Se apoyó en el pasamanos con la escasa fuerza que le fue quedando. Hasta llegar al final, a una buhardilla sucia, llena de humedades y oscuridad. Estanterías con libros olvidados, cuadernos y un colchón sobre el suelo. Aquél era el único lugar que podría acogerla en ese preciso instante. Necesitaba guarecerse en la oscuridad y en el olvido.  

      Dejó caer su cuerpo con cuidado sobre el colchón y una vez que yació completamente, pudo entender que el dolor no había hecho más que empezar y no acabaría hasta extenderse por todo su cuerpo. Cerró los ojos dejándose llevar , rindiéndose.
      
      Sabía que pasarían horas, días, tal vez semanas sin poder hacer nada contra ese dolor que la poseía.  Del mismo modo que sabía que sólo ella podría levantarse y dejar de sufrir. Pero qué fácil era no hacer nada y lamentarse. Tan sencillo que no estaba segura de cuál sería su fin. 

El cielo se ha oscurecido. Ella se ha marchado. No es constante, viene y me acompaña; se aleja y me abandona. Nunca sé cuánto he de esperarla, a veces casi la olvido y desaparece de mi vida. No obstante, cuando su recuerdo está a punto de borrarse de mi memoria, aparece de manera estelar. Con mayor fuerza que nunca. Y me recuerda cuánto la necesito a mi lado.

Pero ahora es distinto. La casa está en silencio, mi mente está vacía. Se ha marchado y temo que será para siempre.

Tras la puerta

Se habían quedado dormidos en la cama. No eran más de las cuatro de la tarde. Estaban desnudos y hacía calor. Ella sintió un escalofrío en la espalda y aún dormida buscó las sábanas. Alargó los brazos, pero no pudo encontrarlas e inevitablemente abrió los ojos. Lo hizo con cuidado para no despertarlo. Él seguía completamente sumido en su sueño. Lo miró detenidamente un segundo, como tratando de descubrir qué ocultaba. Ella sabía de sobra que no había sido del todo sincero con ella, sus historias, su actitud, incluso el hecho de que hubiera tenido que suplicarle para que la invitara su casa... Había algo que no funcionaba del todo. Hasta entonces, no le había importado, lo pasaban bien juntos y eso bastaba, pero en ese preciso instante en que él dormía, deseó saberlo. Llegar hasta el fondo de la cuestión. Abandonó la cama con mucha delicadeza, se colocó su vestido y comenzó a buscar. Observó con detenimiento el escritorio, que estaba en el mismo cuarto. No sabía muy bien qué esperaba encontrar, no obstante, sentía que habría algo. Papeles, revistas, algún que otro bolígrafo... Nada fascinante. Decidió dirigirse al lavabo, con la esperanza de tener más suerte, tal vez en el pequeño armario de medicamentos... Lo abrió con entusiasmo y, de nuevo, nada. No más que aspirinas corrientes y utensilios de afeitado. Se sentó en el borde de la bañera, con la mano tapando su boca, sintiéndose avergonzada. Aquello era absurdo. ¿Qué esperaba encontrar en serio? Dejó la mirada fija en el vacío y de pronto, como llamando su atención, descubrió una puerta. Parecía una puerta o tal vez una ventana, por el tamaño, no más de medio metro de altura. Se encontraba bajo el lavabo, la luz impedía verla claramente. Aquello era rarísimo. ¿Para que necesitaría una puerta precisamente allí? ¿Adónde conduciría? Se agachó y a gatas, se colocó frente a la puerta. Probablemente lo que hubiese al otro lado sería otro fiasco, pero miraría de todos modos. Agarró el pomo con fuerza, contó hasta tres y abrió. Inmediatamente tuvo que cubrirse los ojos con las manos. Una luz extrañamente cegadora sobresalía por aquella portezuela. Decidió cruzar el umbral, dejó caer todo su cuerpo en el suelo, sintió el frío de las losas en su mejilla y empujó hacia dentro. La operación llevó unos segundos, que se hicieron eternos y al estar dentro, se incorporó. La luz era más potente allí dentro, pero procedía de un rincón más alejado, así que continuó su camino. Dio pasos lentos hasta alcanzar lo que parecía una habitación nueva. Cuando la vista empezó a acostumbrarse a la luz, comenzó a discernir una gran colección de alacenas de cristal. Cada una de ellas contenía algo, pero no estaba segura de qué. Se acercó a la más próxima de todas y miró atentamente. Entonces se percató de qué guardaban aquellos aparadores. ¡Eran cabezas humanas! ¡Pero no simples cabezas humanas, todas tenían el rostro de él! Lanzó un grito de terror y cayó al suelo. Desde él pudo verlas todas, distintas expresiones faciales, pero todas pertenecientes a él. ¿Qué clase de engendro era aquel? ¿Por qué guardaba distintos rostros de sí mismo en aquel lugar? En el centro de la habitación, se sintió desfallecer, no sabía qué hacer, ni siquiera sabía si los nervios le permitirían regresar al dormitorio. Además, tal vez él hubiera despertado y la estuviera buscando. Entonces estaría perdida. Sintió su pulso correr al oír unos pasos cercanos... y perdió la consciencia.
Se habían quedado dormidos en la cama. No eran más de las cuatro de la tarde. Estaban desnudos y hacía calor. Ella se despertó sobresaltada. Había sufrido una pesadilla terrible. Con cuidado, para no despertarle, pasó al baño para echarse un poco de agua fría. Se miró en el espejo y se rió ante lo abominable de su sueño. Pero por un segundo, dudó. Tras recapacitar unos instantes, encogió la cabeza y miró bajo el lavabo. Un escalofrío recorrió su espalda. Allí abajo sí que había una puerta.

Buscando islas

Recuerdo tiempos en los que existía un mundo, una tierra misteriosa a la que corríamos a escondernos. Era nuestro lugar, nadie más lo conocía. Los momentos de ira, de rabietas estúpidas, de tristezas profundas o incluso inmensas alegrías eran buenas oportunidades para escaparnos a donde los ojos extraños no podían encontrarnos. Sin embargo, un día, una ola profunda cubrió nuestro escondite y dejó de ser el mismo. A partir de entonces, sería un lugar distinto para ti del que sería para mí. Durante estas últimas unidades de tiempo (ya no recuerdo si son semanas, meses o años) seguí recurriendo a este simulacro de paraíso, pero por algún motivo que desconozco, he perdido el norte y soy incapaz de encontrarlo. Tal vez lo robaron nuevos inquilinos, quién sabe si tú me lo arrebataste. Lo único que sé a ciencia cierta es que me he quedado sin mi mundo y estoy perdida.

Canicas

Las canicas han caído. El suelo está inundado de color perla. Océano de ojos y de lágrimas. El silencio ha dejado de existir para dar paso al escándalo y a la inquietud. Las manos son suficientes para dejar de oír pero no son eficaces para dejar de sentir. El lamento ha caído como las canicas muy adentro. Pero las canicas dejarán de sonar mientras que su pesar será eterno.

Pasillos

Hay pasillos por todas partes, pasillos inmensos, largos y muy luminosos. La luz que desprenden las bombillas es amarilla y brillante y me ciega. Me cubro con los brazos. En realidad, no pienso, sólo camino a través de esos pasillos. Parece que a medida que avanzo se estrechan. No tiene sentido, no es posible. Pero juraría que sí. Siento como me quedo sin respiración. Corro casi a ciegas. Un paso veloz y otro y otro. ¿Pero hacia dónde voy? En realidad, ¿cómo he llegado hasta aquí? Sé que estaba durmiendo en mi cama, plácidamente, y de pronto, me encontré aquí. No entiendo nada. No entiendo nada. Creo que me limitaré a sentarme y a cerrar los ojos, tal vez esto no sea más que un sueño. O una pesadilla.