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El tren se para, salgo de él y mis pies pisan la estación. Una vez en el suelo, comienzan a crecer y se vuelven enormes. De pronto yo parezco una figura deforme, con un cuerpo de tamaño “normal” y unos extremos tan abultados. Lo más extraño de todo es que cuanto mayores se vuelven, menos peso contienen y siento que empiezo a flotar. No es broma, estoy flotando, ¡estoy volando! Me llevo las manos a la cabeza, abandono la cargadísima maleta y pierdo toda conexión con el suelo. Me alejo de la superficie, de la estación. La gente me mira desde abajo con cierta sorpresa, no demasiada (y esto sí que me asombra a mí). Por suerte, no hay viento, la brisa es muy agradable y puedo guiar mi vuelo (más o menos). Las calles pierden sentido, sólo veo esquemas de ellas, los símbolos de lo que alguna vez fueron. Pero de pronto, no significan nada. Aquella esquina donde solía reunirme con los amigos, el banco donde di mi primer beso a aquella chica, el instituto, incluso la iglesia donde nos casamos. No son nada. No es nada. Repentinamente me parece vislumbrar a mi querida esposa, sí, ahí está, con bolsas de la compra, se dirige a casa. Grito su nombre con fuerza, pero no me escucha. Fuerzo mi voz todo lo que me es posible y sigue sin sentir que ando por ahí. Nunca me imaginé en una situación así, sin lugar a dudas no, pero sí creí que si me encontraba en alguna clase de apuro, ella percibiría de algún modo que la necesitaba. Pues no, estaba equivocado. Creo que estoy decepcionado. Tal vez no tenga sentido, como lo que me está pasando, pero no puedo evitarlo. Que yo sobrevuele la ciudad no impide que ella lleve a cabo su rutina. No quiero seguir guiando el viaje. Que el viento decida por mí.
3 comentarios:
A veces hay que dejarse llevar... por el viento... por el mar.
el deseo de todos.. poder volar como los pájaros i que el viento nos lleve.. ais
Ummm... Dejarse llevar por el viento... Es una buena opción?
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