Había vuelto a casa pronto. Desde que no bajaba a tomar algo con ella tras el trabajo, regresaba a casa bastante temprano. Lanzó la bolsa sobre el sofá y fue a la cocina. Abrió la alacena instintivamente y la miró. No sabía exactamente qué estaba buscando, pero debía de haber algo. Dejó su mirada fija en el blanco del mueble y sintió cómo se mareaba. Suspiró sintiéndose estúpido y agarró una bolsa de té. Llenó una taza de agua, la introdujo en el microondas y esperó. “Por tu próximo cumpleaños, te pienso regalar una tetera, para que no te levantes a calentar agua cada dos minutos”. Laura se lo había repetido tantas veces… Pero suponía que aquello ya no sucedería. Pablo agarró la taza ardiendo y se hundió en el sofá.
Recordaba que había empezado a sufrir una especie de insomnio. No era insomnio exactamente porque él sí podía alcanzar el sueño tan pronto tomaba la cama, el problema consistía en que en plena noche despertaba y era incapaz de volver a conciliarlo. Y permanecía allí, como un tonto, frente a ella, sin moverse demasiado por temor a despertarla. Cuántas noches habría pasado así. ¿Cinco? ¿Tal vez seis? Era posible. Lo que sí recordaba con exactitud era la noche que consiguió levantarse del lecho a pesar de que Laura permanecía dormida junto a él. Aquella madrugada, ya hastiado, no le importó que pudiera desvelarse ella también. Sólo pensó en él. Fue al salón, se preparó un té, como esa misma tarde, y reprodujo los movimientos en el sofá. Pensó en todo y en nada. Intentó dotar de sentido a la situación. Y lo hizo. Las dificultades de vigilia no era más que un reflejo de sus carencias y de sus inseguridades. Algo fallaba en él. Algo le faltaba. Necesitaba averiguarlo. Pero no podría hacerlo con Laura a su lado. Lo veía claro. Y con mucho dolor, decidió dejarla, pedirle que dejaran de verse por un tiempo. Aquellos dos años habían sido muy intensos y aunque la quería mucho, a veces tenía la sensación de que ninguno de ellos era verdaderamente quienes habían sido antes de conocerse. Dos noches más tarde, habló con ella, en aquel bar cutre de Tribunal. Le habría gustado hacerlo en otro sitio, que resultara menos tópico al menos, pero las cosas surgieron así. No pudo controlarlo del mismo modo que sus sentimientos lo habían desbordado. Ella reaccionó cómo él había esperado, con cierto orgullo. No le dejó acompañarla a casa, ni siquiera despedirse.
Bebió un sorbo de su té. Ya no estaba tan seguro de que ella no pudiera acompañarlo en su búsqueda. Es más, comenzaba a creer que la necesitaba a su lado para conseguirlo.
Los Iremonger se mudan a Foulsham
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Saliva, gargajo, escupitajo/ ¿Adónde lleva este atajo?/ A Forlichingham, al
cúmulo/ Atada estoy a esta situación/ Cruje, cruje el esternón/ Pero en
caso ...
Hace 1 día
5 comentarios:
Te das cuenta de las cosas cuando no las tienes, me parece muy egoísta Pablo, entiendo que pueda dudar, tenga miedos e incluso que necesite soledad, pero cuando estas con una persona y si la quieres, lo lógico es ponerse también en el lado de la otra persona, si tomas una decisión tienes que estar muy seguro.
Pues a mi Pablo me cae superbien... Quién no se ha equivocado alguna vez y después se ha dado cuenta que ha perdido una gran oportunidad??
También tienes razón, pero quizás habría que conocerlos personalmente para darle la razón o a Laura o a Pablo, aunque me sigue gustando mas Laura. A ver lo que nos van desvelando las siguientes entradas...
ESo, eso, que tengo unas ganas de seguir leyendo... Claro como la autora sabe lo que va a pasar no tiene prisa ... ;)
¡Qué cara tienes, Yols! No es falta de ganas ni mucho menos, ¡¡es falta de tiempo!!
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