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La muerte lo cambia todo. Parece que estamos preparados para que un día, sin aviso, llegue el final. Pero es mentira. En el fondo tenemos la esperanza y el temor de que ese día no llegue hasta que seamos viejos o al menos, hayamos cumplido gran parte de los planes trazados. Yo no me di cuenta de esto hasta que cierta tarde en plena conversación insulsa con mi madre, comentó como si se tratara de otro dato más que Sergio Hiniesta había muerto. Al parecer, había ocurrido en un trágico e inesperado (sólo tenía veintiocho años, los mismos que yo, de hecho) accidente de tráfico. Supongo que mi madre nunca imaginó qué impacto causarían sus palabras en mí. Sergio y yo habíamos sido compañeros de clase durante tres cursos, pero no habríamos intercambiado más de tres frases seguidas nunca. Sin embargo, él nunca fue un chico de clase más. Había sido El Chico por excelencia. Era guapo, encantador, inteligente y tenía un gran porvenir. Todas lo admirábamos en secreto y no tan en secreto. Sin embargo, sabíamos que no había nada que hacer. Sergio había tenido una novia inseparable todos esos años, de la que no se separaría hasta un año antes de su muerte. Incluso habiéndome marchado y perdido su pista, nunca dejé de pensar en él. Es más, siempre albergué la esperanza de que con el paso de los años yo volvería de Salamanca, donde había ido a parar, nos reencontraríamos, descubriría la persona tan increíble en la que me había convertido y nos enamoraríamos. Como en la película Sabrina (sí, lo sé, yo no soy ninguna Audrey Hepburn). Pero no. Eso ya nunca sucedería. Su fin le había puesto final a mis fantasías y había abierto un abismo en mi futuro. Sin prácticamente darme cuenta. No tuve tiempo de ir al velatorio, sí al funeral. No derramé una sola lágrima, sin embargo, no pude comer en una semana. Fue como si mi cuerpo guardase su propio luto. Entre los familiares y amigos íntimos, me sentí una auténtica extraña. Pero tenía que estar allí. Despedirme de verdad. Ojalá me hubiera atrevido a decirle algo más de esas tres frases en vida. Aunque, quién sabe, tal vez si hubiésemos hablado, él no se hubiese convertido en aquella imagen inalterable, quizás no hubiera cambiado mi vida.
2 comentarios:
Me encantan los recuerdos, y más si están tan bien escritos.
La palabra "recuerdos" sin más no te parece de las más poéticas que existen
Has ganado un seguidor¡¡¡
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Es cierto lo que dice este relato, no estamos preparados para la muerte. Además sin duda, tal y como la sucede a la protagonista las figuras idealizadas (al igual que las personas cercanas) cuando mueren no impactan.
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