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No sabía muy bien qué estaba pasando a su alrededor. Tan sólo era consciente del dolor que sentía en las piernas y del humo del cigarrillo que estaba fumando. El resto no existía. Estaba sola frente a la nada. El tiempo había pasado. O más bien, había pactado consigo misma no pensar, olvidarse de reflexiones abstractas y dolorosas que no harían más que sumirla en la tristeza. Había encontrado nuevos amigos y un buen puesto de trabajo. No tenía motivos por lo que pensar en él. Volver a él en cuerpo o en alma. Agarró el cigarrillo e inhaló con fuerza sobrehumana, como si se tratara de lo último que pudiera hacer en su vida. El tabaco era el último reducto de su vida anterior. Evitaba caer, pero cada vez lo que hacía se sentía bien. Y volvía a recordar. De pronto, notó lágrimas aflorando en sus ojos. Fumaría, sí, fumaría. No quedaba mucho más que hacer.
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