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Una tarde más la oficina ofrecía la sinfonía de siempre. El tamborilear del teclado, los pasos contundentes de los tacones, la impresión lenta y congestionada de la fotocopiadora... Cada tarde la misma historia. Junto a ella, su café solo (para no dormirse, le resultaba más difícil a medida que transcurría el tiempo) y su repetido y sonoro suspiro. No importaba que mostrara su hastío, nadie parecía darse cuenta. Cada compañero de la oficina vivía en su propia órbita de facturas y montañas de papeles que revisar. A veces no podía evitar marcharse de su cubículo, pero no físicamente, tan sólo transportaba su mente e imaginaba que viajara por el mundo, protagonizase aventuras o simplemente que fuese capaz de dejar su puesto de verdad. Tal vez algún día lo consiguiese, por lo pronto, le bastaría con soñarlo.
3 comentarios:
Qué triste que sea tan real...
A mí también me provocaría eso saber que compites (como literata, que no se me malinterprete), con el todopoderoso-omnipotente Virgilio.
http://yosecuestreagert.blogspot.com/
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