Sus miradas se habían encontrado en medio de la oscuridad, el ruido y la desesperación de lo desconocido. No sabía muy bien qué le decían esos ojos, tan sólo que debía seguirlos porque le aventuraban la mayor alegría que hubiera experimentada jamás. Y eso hizo. Agarró su mano al tendérsela. Y se dejó llevar. De eso había pasado un mes. Intentaba recordar cómo había comenzado todo aquello y no sabía darse una respuesta lógica. Sin embargo, tampoco le importaba. Por primera vez en mucho tiempo sólo se preocupaba del momento presente y de cada pequeña nueva sensación que le llegaba a través de las puntas de los dedos. Empezaban en un leve cosquilleo y se iban transformando en una sacudida por todo su cuerpo. No sabía darle nombre, eso tampoco le molestaba. Simplemente se sentía a gusto, llena de energía, consumada.

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