En ocasiones se proponía ser fuerte, más que proponérselo, se convencía de que lo era, pero sólo conseguía creerse la mentira un par de días, tres a lo sumo. Siempre llegaba a ella una imagen de su tan-bien-organizada-vida que derrumbaba el castillo de naipes que había construido. No entendía por qué todo tenía que ser tan difícil, se suponía que los días llegaban a ella, transcurrían y no resultaban una auténtica lucha. Tal vez el problema radicara en que había dejado de creer en sí misma. Durante años había mantenido la pose que, estaba segura, todos deseaban contemplar de ella. Puede que a ella no le convenciera después de todo. Sus pensamientos permanecieron en silencio. Dejó la mente en blanco, procuró concentrarse en la canción de los Beatles que sonaba en su ordenador. A lo mejor encontraría la respuesta ahí… Sí, era una auténtica estupidez. Al menos era bonita. Le transmitía tranquilidad y sosiego. ¿Quién sabe? Tal vez lo mejor fuera dejar de pensar durante unos minutos. O simplemente dejar de pensar.

Ha pasado el tiempo y nada ha cambiado. Las preguntas, la incertidumbre, los balbuceos siguen siendo los mismos, tal vez hayan cambiado las palabras, pero no los conceptos. El manto que le cubre es idéntico, así como el negro de su cielo permanece oscuro. La nebulosa no ha modificado demasiado su tonalidad. Él ha movido los hilos, no ha cesado en su empeño, sin embargo, su celo ha sido en vano, ha sido falso, pues se ha limitado a girar las figuras. No ha ido hacia delante, ni hacia atrás. Simplemente ha dibujado un castillo en el aire una y otra vez, de modo que nunca ha terminado por erigirse. Él ya lo sabía, pero no había sido capaz de admitirlo. No es más que un fraude. Una imagen que proporciona más a la imaginación que al verdadero deleite. Demasiadas expectativas en un frasco que se ha vuelto tremendamente pequeño. Y ya va llegando el momento, él lo sabe, aunque le cuesta admitirlo. Va llegando el momento de hacerse responsable de sus propias fantasías, éstas han venido a rendir cuentas. La puerta se ha abierto en el muro y sólo será capaz de saber qué hay al otro lado, si de verdad tiene algo que ofrecer, si se arriesga y la cruza. Es un cobarde y le da miedo. Le aterra descubrir que sus temores no sean infundados, y que no haya mucho más en él de lo que piensa. ¿Qué haría si se diera esa situación? No podría soportarlo. O sí. Sabe que no hay más que una manera de averiguarlo.

“¿Qué sentido tiene todo esto?” dijo para sí mientras contemplaba el salón abarrotado. Personas y personas que no conocía, con las que probablemente no intercambiaría más que un par de palabras (y eso con suerte), risas y voces estruendosas que no harían más que deseara marcharse, puntos y puntos en el espacio que tan sólo le recordarían lo solo que estaba. Y el espectáculo más lamentable posible, su hermana intentando presentarle a alguna “soltera en condiciones”, como ella solía decir. Odiaba esas conversaciones absurdas que se tienen con mujeres que los demás pretenden que lleves a tu cama, ¿se supone que debes hacerles un test para saber si serán aptas? Resultaba simplemente lamentable, sobretodo, porque nunca daba la talla. La situación le resultaba tan violenta que se ponía a temblar y decía cosas como “una vez de pequeño llené las paredes del baño con mi propia mierda, fue mi primera perfomance”. Aún en el umbral, recapacitó si de verdad deseaba estar allí. Todavía podía marcharse sin que los demás se percataran de su presencia, probablemente no lo harían aunque decidiese entrar. ¡Qué triste! Se había convertido en el ser más triste que conocía. Invisible y desgraciado. Y lo peor de todo era absoluta asimilación de aquello y su autocompasión. Detestaba sentir lástima de sí mismo, pero era inevitable. Cada mañana se levantaba al oír el despertador, pero le daba igual. Realmente no le importaba ir a trabajar o quedarse en la cama, nada le movía a plantearse esa estúpida pregunta. Tal vez hacía ya tiempo sí, hubo algo y alguien. Sí, pero hacía tanto tiempo que no se acordaba. No podía recordar… o tal vez no quería.