Remedio para la soledad IV

Sus ojos. Sus labios. Su cara entre sus manos. Su piel suave a través de sus dedos. La desesperación de sus movimientos. Su gesto entre alicaído y esperanzado. La contradicción entre su lengua y su ánimo. No podía parar de pensar en ella. En el camino de regreso, cerraba los ojos, dirigía su mirada a los edificios, a la acera y allí estaba ella. Desnuda y frágil. En la cama, necesitándolo, como si siempre hubiese sido así. En la oscuridad, ella había descubierto su cuerpo y lo que había más allá. La había sentido tan cerca de sí que casi no podía creerlo. Parecía haber sido un sueño. Demasiado imponente para ser cierto. Si alguien se lo hubiera dicho la noche que la vio por primera vez, lo habría dudado.
Estaba convencido de que ella pensaba que se habían conocido hacía tan sólo una semana, la primera vez que hablaron formalmente. Pero estaba equivocada. Él se había fijado en ella mucho antes. Hacía cuestión de mes y medio, la había visto aparecer en el bar de siempre. Se percató de su presencia en cuanto entró por la puerta. Estaba distraído, ignorando la charla de los compañeros de trabajo, con los que solía ir por allí, cuando ella ocupó toda su atención. La música de fondo, las mesas, el olor a alcohol, las luces deprimentes típicas de bar, todo dejó de existir. Tan sólo estaba ella, con una gran sonrisa y un vestido gris. No paraba de tocarse el pelo y mirar hacia atrás. Lo recordaba perfectamente, del mismo modo que recordaba cómo tras ella, surgió él. No sabía quién era, pero podía imaginárselo. Era a quien ella buscaba atrás, a quien había estado sonriendo. Se agarraron de la mano y fueron a la barra. Juntos. En un mundo propio y lejano del que él, sabía, no podría ser partícipe.
Se pasó el resto de la noche observándolos, sobre todo a ella. No podía evitarlo, le fascinaba. Simplemente sentada en el incómodo taburete desprendía una luz atrayente, que lo mantenía unido a ella, como si se tratara de un hilo invisible. Cada pequeño movimiento en ella era arrebatador, el modo en que se tocaba el pelo, cómo acariciaba la mesa con los dedos, el gesto con el que agarraba la copa.
Aquella noche regresó a casa y ella ocupó sus pensamientos toda la madrugada. Imaginaba cuál sería su nombre, a qué se dedicaría, cómo habría conocido a aquel individuo que la acompañaba y soñaba con historias en las que él ocupaba el lugar del acompañante. Era extraño sentirse así por alguien con quien ni siquiera había intercambiado una palabra.
Desde aquella ocasión, él frecuentó con mayor asiduidad el bar, aunque ninguno de sus camaradas lo acompañara. Sólo quería volver a verla. Y efectivamente ocurrió.

3 comentarios:

Justo dijo...

Por regla general, aunque las chicas penséis que no, los tíos solemos ser así, nos fijamos, e intentamos acercarnos, aun sabiendo que no hay nada que hacer, pero te vas creando tus ilusiones, tus sueños, cuando te das cuenta lo estas dando todo por ella, vives entre la ficción y la realidad, pero solo con una finalidad estar cerca de ella, ves gestos donde no los hay, sonrisas que no existen y si alguna vez te corresponden, enseguida confundes roce con amor. Así es, nos guste o no y por mucho que digamos que los chicos no nos comemos la cabeza con esas cosas, somos expertos en crear nuestras propias historias.

Anónimo dijo...

La verdad no se puede negar la actuación de muchos hombres que creen que el amor es cualquier cosa y utilizan dicha palabra muy alegremente pues si se da todo como dicen, primero no se hecha en cara pues si lo hacen es por un beneficio propio, sexo etc. En el amor las cosas se dan porque sí sin esperar nada a cambio pues nacen del corazón, no de la cabeza la cual se presta a diversos intereses.

Anónimo dijo...

Me alegra que hayas hablado sobre él, te iba a preguntar en la entrada anterior que es lo que sentía.

Justo tiene toda la razón, estoy totalmente de acuerdo con él, no sabría decir cuantas veces me he sentido así. Ser hombre no es facil... XD