Remedio para la soledad V

Ella acudía una vez a la semana al bar, a eso de las diez y media, once. Solía llevar vestidos, poco apropiados para ir a trabajar, así que había deducido que pasaba por casa antes de ir por allí. Casi no se maquillaba. Prefería llevar el cabello suelto. Solía tomarse un par de copas, de tono transparente, probablemente ginebra o vodka, y luego se marchaban. Y siempre iba en compañía de aquel tipo. Esto era lo único que había podido averiguar en un mes de observación.
En sus últimas visitas al establecimiento parecía más demacrada. La sonrisa con la que la descubriera se había ido quebrando poco a poco. Y su gesto no era tan enérgico como cuando la viera por primera vez. En su contemplación de la burbuja creada por ella y él, detectó que algo no marchaba bien entre ellos. Las conversaciones sin descanso que parecían mantener en la distancia habían sido sustituidas por largos silencios y miradas intensas. Ahora tomaba tres copas. Daba más sorbos a sus bebidas y de mayor duración.
A pesar de que su mayor deseo era reemplazar a aquel individuo en su pequeño cosmos, temía que su historia se terminara. Sospechaba que si dejaban de encontrarse, ella no acudiría más por allí y él nunca volvería a verla. Y no lo soportaría. Había crecido algo dentro de él que la unía secretamente a ella a pesar de que ella fuera totalmente inconsciente de esto.
La siguiente vez que los vio estaban discutiendo. Él había llegado tarde y ya habían ocupado su lugar de siempre. No sabía qué era lo que había precedido a aquella disputa pero intuía que se acercaba el fin. Ella le hizo un gesto brusco a su compañero, se levantó con violencia y caminó en dirección de él. Ella tenía fija la mirada en el suelo, por eso no lo vio y tropezó contra él. Levantó la cabeza, lo miró con seriedad y él creyó ver cierta melancolía que le resultó familiar. Aquella noche lo supo. La quería. La quería por su sufrimiento.
En la cama, mientras recordaba cada momento, tomó la decisión de hablar con ella. No esperaría más. Aunque resultase una grosería. La invitaría a una copa o le preguntaría algún sinsentido. No podía seguir observando. Estaba dispuesto, incluso para el rechazo.
Esperó y esperó, como siempre, sin embargo, ella no apareció en la siguiente semana. Tal vez ya era demasiado tarde, tal vez el fin ya hubiera llegado y no volviera a verla. Se resignó, tampoco tenía otras opciones. Pasó un día, transcurrieron dos, y al tercero, de la nada, surgió ella y estaba sola. Él no podía creerlo. Esta vez ella no dirigía su mirada hacia ningún lugar, probablemente no esperaba encontrar nada ni a nadie familiar. Se contoneó con seguridad a la barra. Lo supo. Él supo que era su momento para actuar. Caminó con firmeza hasta ella y le dijo:
- Hola, soy Carlos. ¿Puedo invitarte a tomar algo?
- Yo me llamo Laura. Y claro que puedes- contestó con una leve sonrisa.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

sigue asi nelida esta muy bien muy bien me encnata gracias

07247033 dijo...

genial genial, engancha :D

Yols dijo...

Este tío es un poco psicópata, a mi me está empezando a dar miedo este remedio para la soledad eh??
Estoy deseando leer el siguiente post, y el siguiente, y el siguiente...

Nélida Devesa dijo...

Pobre Carlos, Yols, no es un psicópata, simplemente ha conectado con Laura (¡¿os habeís fijado en que ya tienen nombres?!)... No os preocupéis, que continuaré, espero que se me ocurra algo, jejejej.

Yols dijo...

Con lo del psicópata me refiero a que la vigila, sabe más de su vida de lo que Laura sabrá nunca... no que se3a un enfermo!

Nélida Devesa dijo...

Ya, ya, a mí, la verdad, me da un poco de pena... pero creo que me pasa con los dos personajes. ¡Y ahora entra en acción el tecero! Aquél que sólo había sido mencionado. ¿Cómo os gustaría que siguiera? Admito sugerencias...

Anónimo dijo...

Vaya, entre lo que dije en la entrada anterior y lo que dice Yols aki... me ha hecho sentir un poco psicópata!! XD

Están muy bien los personajes! Ya te decía yo que tenías que escribir relatos más largos!