Mientras esperan

Todos esperan expectantes en el salón. Ella oye el barullo de copas, risas y charla. Todos parecen animados, pero saben que falta algo. Falta su entrada triunfal. Su sonrisa refutando que lo ha conseguido. Se retoca la caída del vestido y se toca el cabello. Se echa la última mirada al espejo y se descubre como siempre. Suspira resignada. Gira la cabeza y vuelve a observarse. Sin respirar, sin pensar. Sólo se mira. Y su imagen, delimitada, se mezcla con el fondo de la habitación, como cuando una palabra se repite demasiadas veces y deja de tener sentido. ¿Tal vez ella ha dejado de tenerlo? No se mueve, ni siquiera arquea la ceja. Mantiene una lucha con la mujer que ve frente a sí, ella tiene que ganar esa batalla, ha de encontrar algo real. El tiempo se para, se le vuelve eterno y silencioso. Su ensimismamiento es roto, escucha cómo la llaman desde lo lejos. Hace el amago de cruzar el umbral pero no puede hacerlo. Una fuerza paraliza sus piernas. Agacha la cabeza pensativa. Espera una señal, un nombre que le diga algo, tal vez un escalofrío. Se provoca el llanto. Llorar siempre le hace sentirse viva. Pero nada. Nada sucede. Sólo el vacío.

1 comentarios:

José Carlos Rodrigo Breto dijo...

La batalla contra la mujer que se ve frente al espejo no se vence con lágrimas. Se vence. Y punto. Y entonces, lo real aparece, se hace presencia, y ya no hay que provocarse más el llanto. Porque llorar nos hace sentirnos en el filo de la agonía, no más vivos.