El letargo

Cuando tomó la decisión, todos intentaron disuadirla. Sabían que había pasado por un shock importante (las pérdidas siempre lo son), pero esperaban que pudiera reponerse. Primero fueron consejos, luego ruegos. Todos le advirtieron que hacerlo no haría más que acentuar el dolor y que acabaría convirtiéndose en un fantasma, dejando de sentir poco a poco. Pero a ella no le importó.

Le habían explicado cómo hacerlo. Parecía más sencillo en las instrucciones escritas en aquel papel de periódico. Lo que no le predijeron fue la punzada de dolor que le inundaría toda la garganta y los ojos. Colocó el cofre a su lado y miró al vacío a modo de preparación. No necesitó valor, cuando se deja de sentir, el temor no existe. Se clavó el objeto con fuerza en la garganta y cayó al suelo inconsciente. En cuestión de segundos, su voz y sus recuerdos quedaron almacenados en aquel pequeño recipiente.

Al despertar, efectivamente, no era más que una sombra de aquella que había sido. Sus recuerdos no eran más que una nebulosa inexistente en su cabeza. A pesar de que no recordaba nada, agarró el joyero con nervio, una fuerza invisible los unía, y sabía que por algún motivo, debería mantenerlo cerca de sí misma.

Tras el incidente, muchos de sus conocidos no pudieron soportar verla en aquel estado de letargo. Sentían que aquella persona llena de vida y de historias se había disipado para siempre. Tan sólo uno de ellos quiso recordar firmemente sus palabras “No me queda nada en que pensar ni nada que decir, pero tal vez eso cambie, y si es así, volveré a ser la de siempre. Ya no depende de mí” y esperar.