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Frente a mí, una fotografía. Hay un paisaje y tres individuos que fingen naturalidad. No logran engañar a nadie pues su pose es más bien rígida y artificiosa. Me preguntó si el que tomó la foto pensó en lo ridículos que resultaban. ¿Y ellos? ¿En qué estarían pensando? ¿O qué harían allí, precisamente? Se distingue tras ellos el mar inundado de bañistas y alguna, aunque éstas son más bien escasas, sombrilla. Probablemente era un día muy caluroso y nadie deseaba permanecer al sol. Tan sólo estos tres individuos. Encontré la imagen esta mañana, mientras revolvía el armario de trastos viejos de casa de mi madre. Y de pronto, mi padre y mi madre se me antojaron como unos desconocidos (al tercero verdaderamente no lo he visto nunca). Es más, ahora los observo y no logro reconocer a esa mujer de mantel verde entre cazuelas de barro ni a ese señor de gorro de paja y camiseta de tirantes anchos. Tal vez sea cuestión de tiempo. Madurar y envejecer lo cambia todo. Nos distancia toda una vida. Yo y mis dos hermanos. Y supongo que muchos días solitarios, animosos, diferentes. Elementos que no conocí y que puede que nunca llegue a conocer, como esta fotografía que ha llegado a mí por curiosidad. Yo no tengo hijos y no me planteo tenerlos, al menos por el momento, pero es posible que en cierta ocasión, ellos miren mi foto, una de mi presente, de éste, y no sepan quién soy. Tal vez sólo encuentren a una mujer desconocida, una mujer muchos años antes de convertirse en su madre.
3 comentarios:
parece que has vuelto con fuerza... XD
Que pasada de historia... Me ha encantado! No sabes como se te echa de menos en tierras mundanas...
Me alegro mucho de que os guste. Lo cierto es que tenía a mi pequeño (este blog) bastante abandonado y tenía que remediarlo. Esta entrada la escribí en la editorial en un rato de soledad... Id preparándoos porque la próxima entrega de Remedio para la Soledad sale este fin de semana.
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