A mi alrededor hay muchas rostros. Felices, sonrientes, que ofrecen y obsequian. Tienden sus brazos hacia mí pero me dan miedo. Tengo la sensación de que quieren apropiarse de algo más profundo que mí mismo. Me mantengo distante e intento imitar su sonrisa, más semejante a una mueca que a un gesto natural, para pasar desapercibido. Pero mi mandíbula se cansa y soy descubierto pronto. Este juego es peligroso. Si no consigo jugar bien mis cartas es posible que todo se vuelva oscuro y ellos se hagan con eso que tanto anhelan. No sé qué quieren exactamente, sin embargo, tampoco deseo descubrirlo.
‘Prontos, listos, ya’: la voz infantil de los veranos pasados
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Recuerdo el olor del Ducados de papáUn Seat Córdoba y cantarVer la luna y
sollozar Julio Iglesias, Rigoberta Bandini. «Vacas. Postes. Auto blanco con
con...
Hace 1 día
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