Abrió la puerta del apartamento y sintió el frío de la soledad. Y el silencio. No sabía cuánto tiempo había estado fuera, parecía que hubiesen pasado siglos. Tal vez. Lo cierto es que no recordaba la fecha en que dejara atrás su casa, su infancia, sus recuerdos. Éstos volvieron de pronto como una ráfaga de viento helada e inesperada. Se abrazó fuertemente a sí misma. Respiró hondo y casi sintió ganas de llorar. De pronto se dio cuenta de qué significaba volver y no estaba segura de estar preparada para asumirlo. Las circunstancias habían la habían obligado, claro, su madre estaba enferma y ella tenía la obligación de acudir a verla. Pero eso no implicaba que le apeteciera estar allí y tener que ser la hija que había sido antes. Se apoyó en la pared del apartamento, junto a la puerta y dejó caer su cuerpo lentamente. Suspiró. Ya nada parecía cobrar sentido. Había evitado tantos años aquella precisa situación… Sabía que se verían, ella le daría los dos besos de rigor, le dedicaría una sonrisa veloz y amable y fingiría que su vida era aquella con la que había soñado siempre, aquella por la que había abandonado aquel lugar y a él. Le preguntaría cómo iba todo y cerraría el puño con fuerza, sin que nadie se percatara cuando él hablase de su nueva familia o de sus proyectos. No tenía más remedio que continuar con su vida, era lo que se esperaba de ella, aunque ella hubiera dejado claro en el pasado que de ella, no cabía esperar nada.

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