Tedio

El despertador suena como cualquier otra mañana. Alargo el brazo con la intención de derribarlo y disfrutar de cinco minutos más de descanso que se convierten en un par pues no soporto la idea de llegar tarde. Me levanto sigilosamente de la cama, con los años he conseguido controlar mis movimientos para que no se percate ni siquiera de que me incorporo. Una vez en pie, en la oscuridad, no puedo evitar contemplarla. Me gustan sus ojos mientras duerme. También sus labios contraídos como si dormir le supusiese un esfuerzo. Y sonrío como un gilipollas. Me dirijo a la cocina y allí enciendo la cafetera. El último modelo que adquirimos (en realidad fue un regalo de su madre) es increíble, prepara café en cuestión de dos minutos. Aprovecho ese tiempo para ir al baño y echarme agua en la cara y mirarme en el espejo. ¿Por qué será que cada lunes me asemejo tanto a un despojo humano? El café ya está listo y me siento en la cocina a saborearlo. Me lo tomo a pesar de que en cuanto llegue a la oficina me tomaré otro con los compañeros y tal vez unos churros. Lo bebo a pesar de que hoy no sabe a nada. Corro a vestirme y a terminar de asearme. Me vuelvo a mirar en el espejo y el traje no me sienta bien. Es extraño, porque es mi favorito, el infalible. Me aseguro de que he cogido todo lo que necesito y atravieso la puerta. Ha comenzado a salir el sol y el día parece más gris que nunca. Llega la hora del trabajo. Los compañeros hacen los mismos comentarios simples de siempre (aunque el viernes no me lo parecían) y las tareas del día me aburren sobremanera. Oh, no, ha vuelto a suceder.

2 comentarios:

José Carlos Rodrigo Breto dijo...

Sigue escribiendo que yo te leo por las noches.

Argan dijo...

Por estas cosas no desayuno siempre lo mismo y los camareros de la cafetería de mi trabajo me odian y me vacilan.