El despertador sonó más estridente que nunca y deseó que aún no fuera la hora. Para muchos aquella afirmación resultaría una obviedad, no obstante, en su caso, se trataba de una novedad absoluta. La mañana era su momento favorito del día. Tal vez por la brisa, el sol incipiente o incluso la simbología del comienzo, no sabía muy bien por qué, pero prefería la mañana ante cualquier otra etapa de la jornada. Sin embargo, aquella mañana la idea de levantarse de la cama parecía un imposible. Más que un imposible, una pesadilla. A pesar de sus sueños y demás fantasías nocturnas, no había dejado de darle vueltas a aquello. Justo antes de irse a dormir, había terminado la lectura de cierto relato en el que el protagonista ponía fin a su vida, y con éste, el fin a su sufrimiento. No había entendido por qué alguien haría algo así, puede que nunca habría concebido esa posibilidad, pero de pronto, en aquel relato, en aquellas circunstancias, no existiese otra alternativa. No creía que ella misma estuviese pensando eso. El fin. Jamás se lo había planteado de aquella manera. Siempre se había enfrascado en el principio. Sentía que su universo había sido puesto en duda. Su percepción de la vida, del ser humano, incluso del día mismo estaba entredicho. ¿Qué primaba entonces? ¿El comienzo o el desenlace? Al fin y al cabo, si algo tenían en común los seres humanos era su origen y su desaparición. Lentamente fue incorporándose, habituándose a su, repentino desconocido, dormitorio. Su mirada había cambiado y del mismo modo, lo que percibía a través de ella. Sus muebles, sus libros, su ropa, la decoración… habían dejado de tener sentido y se habían transformado en objetos inanimados que la alejaban de la verdad, de algo más importante, que hasta ese preciso momento no había sido consciente que buscaba. Casi sin mirarse al espejo (le asustaba lo que pudiera encontrar tras su revelación), se vistió y Salió hacia la facultad. Escogió su camino habitual. El sol brillaba con fuerza y cualquier otro día lo habría disfrutado, habría sido feliz sintiéndolo en su piel, cualquier día hasta ése. De repente, no era suficiente. Empezó a fijarse con detenimiento en las personas que paseaban por su misma acera. Se preguntaba de si serían conscientes de que lo único real, de que la reminiscencia más tangible que les quedaba era la muerte. Probablemente no. Probablemente lo ignorasen, porque la cotidianeidad resultase más sencilla así. El día se convirtió en oscuridad. Todo resultaba lóbrego y carente de sentido. La respiración comenzó a acelerársele. Intentó calmarse, tranquilizarse, pero no lo consiguió. Corrió a una cafetería y se dirigió directamente al aseo. Se dejó caer en el suelo, se cubrió los ojos con las manos y deseó recuperar su antigua mirada, un poco de brillo. Aquello era demasiada información. Demasiada. No sabía si podría soportarla.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La protagonista ha perdido el optimismo de mirar la vida siempre con buenos ojos, que triste!

Anónimo dijo...

Estoy enganchada a estos relatos. Me encantan. Ah, y muy bonito el diseño. (Por cierto, ahora que nadie nos lee: ¿cuando tomamos una cañita en el trenecito?. Estoy esperando....)

Anónimo dijo...

Niña, que sepas que en casi cuatro horas hemos corregido sólo 6 páginas. Por cierto, el rediseño de tu blog te ha quedado muy majo.