III

Era tan frágil y tan bonita. Incluso apoyada en el escritorio, fingiendo redactar algún documento al ordenador para evitar llorar allí mismo, resultaba perfecta. Intentaba disimularlo con sonrisas nerviosas y actividad frenética con el programa, pero todo aquello no era más que una actuación. Sabía que se sentía afligida porque siempre que algo la mortificaba se mordía el labio y se echaba el pelo hacia atrás reiteradamente. Se había pasado toda la tarde así.
Ay, Ana, si te dieras cuenta de que lo sé todo sobre ti. Cada pequeño detalle. Que te admiro en la distancia desde hace tanto tiempo. Que podría quererte como te mereces, hacerte sentir bien, feliz y no una desgraciada como ese noviete que tienes que te ningunea, que te convierte en un ser insignificante. Sé que eres frágil, aunque lo niegues, aunque finjas ser fuerte. Conmigo no tienes que fingir. Ojalá dejaras que te diera un abrazo. Juan la contemplaba desde su escritorio, a lo lejos, pensando todas aquellas cosas que jamás sería capaz de decirle.
A pesar de que ella no había pedido su ayuda, decidió acercarse y darle la oportunidad de aliviarse. Se acercó a su mesa con un café en sus manos y esperó su reacción. Ella se limitó a darle las gracias con un bufido y a dejar el vaso junto a ella, sin probarlo, sin mirarle. Juan comenzó a impacientarse, de modo que le dijo que no tenía muy buen aspecto. Ella continuó sin inmutarse hasta que él le preguntó. Y ella le gritó. Juan se marchó avergonzado. Corrió por el pasillo, sin pensar, corrió evitando pensar, chocó con el carrito de la señora de limpieza, no supo qué decir, continuó su carrera y llegó al lavabo.

El aseo masculino estaba desierto. Con la respiración alterada, se observó en el espejo. ¿Por qué era tan estúpido? No era más que un iluso. Era imposible que Ana se fijara en él. Un tipo corriente, de camisas a cuadros. Un gordinflón sin personalidad que no tenía más que ofrecerle que un café. Estaba a punto de recriminarse todo aquello que odiaba de sí mismo cuando alguien cruzó la puerta del aseo y fingió que se lavaba las manos y se marchó. Ni él ni nadie oiría lo que tenía que decir.

2 comentarios:

Justo dijo...

Es complicado sentir atracción por alguien que sabes que jamás te atreverás a decirle nada, porque sabes de sobra que no eres lo suficientemente bueno para esa persona, normalmente solo ves tus propios defectos, te odias a ti mismo por tu cuerpo, por tu miedo… y te auto convences de que es imposible, que jamás, hagas lo que hagas, no conseguirás acercarte mas que como un amigo. Es difícil y doloroso el tema de los sentimientos, porque no los puedes controlar.

Anónimo dijo...

Muchas veces parece que como en este caso no se puede o no te atreves a decir todo lo que sientes, es una situación habitual. En otras situaciones, por mucho que digas, reveles, o hagas por una persona, recibes la misma respuesta , es decir, nada, indiferencia,hasta que parece y todo que tienes obigación de hacerlo. Es muy duro también hablar para oidos sordos que ni lo ´responde ni a lo mínimo que a otras personas si lo hace. En fin los sentimientos traen todo este tipo de situaciones.